Canto de Barro

Enero trae la voz de un comienzo, se lleva en su mochila encerrado el pasado, de otras temporadas, que aun gemían, que aun se levantaban, y ardían. Casi terminada la mitad de su esplendor, ha dejado este cadáver de lo que quiso ser poesía.

Canto de Barro

Había frío,

metido entre dedos,

metido entre sabanas,

metido entre el aire,

entre los surcos irreales

de la tibieza imaginaria

imaginada forzosamente

por los seres ilustrados

que no dormían.

Había una carretera,

había un suelo llano,

un horizonte cortado,

ramas emocionales arrojadas

detrás de bosques negros

donde crecían los ojos del silencio,

ennegreciendo el espacio vivido 

en una fiesta de seres podridos.

Había una tumba con mi nombre,

un caballo a cuadrados,

descuartizado...

Habían raíces 

que no se arraigaban a nada,

ni al suelo,

que pronto desapareció. 

Lo que hubo después

no tuvo nombre,

ni palabras para existir,

no tuvo una textura,

apenas estuvo en el tiempo

sujetándose de las baldosas rugosas

del frondoso y silente espectáculo

de inanidad oportuna,

precipitándose ante mis ojos palidecidos

de tanto conversar con la oscuridad.

Lo que había, era frío...

el frío arrepentido y fugado,

que por fin encontraba su hogar,

entre los dedos,

bajo el musgo de las tardes 

entregadas al sosiego 

del desprevenido recorrido

de las corrientes maestras,

que soplaban nombres 

de vientos recién nacidos.

La Oscuridad copuló

con la niebla,

con los primeros silencios 

que treparon las extremidades

de una lluvia que invadió

e inundó la soledad del lugar.

Casi como si se hubieran desgarrado 

de ella

las incontables gotas que cayeron

crearon un pantano,

convirtieron la belleza en barro,

y con el barro

se moldearon seres negros

que se quebraron los pies,

cuando el sol los secó,

antes de que pudieran 

aprender a caminar.

u.V